jueves, 16 de marzo de 2017

Carmen Ledesma en el Ciclo "Mujeres transmisoras de Flamenco"





Era la despedida “oficial” del Ciclo sobre las mujeres en el flamenco. Digo “oficial” porque habrá más eventos, este curso.
Era también la primera vez que venía, en este Ciclo, una bailaora. Cuando hablamos para esto con una artista, hemos buscado siempre que fuera no solo excepcional artísticamente, sino además del máximo interés por su experiencia, vivencias, personalidad, significación,… Está feo decirlo, pero vaya tino que tenemos. Carmen Ledesma, nada menos.

Con ella, José Méndez al cante, y nuestro queridísimo Antonio Moya a la guitarra. Empezaron ambos por alegrías, con lo que no solo prepararon excelentemente el terreno, sino que además hicieron descubrir a más de uno la voz flamenquísima y bien templada del jerezano, que remató con poderío y garra. De compás, además, toda una lección de ambos. 



Carmen Ledesma, José Méndez y Antonio Moya

Luego llegó ella. Por soleares jondas, jondísimas, que remató por bulerías. Nada más alzar los brazos desde su silla, despacio, con garbo, diciendo verdad, empezó el misterio. La expresión facial, la estampa, el compás. Carmen hizo una cosa muy difícil, que pocas veces se ve, salvo en ella: la unión del temperamento y la gracia, de la fuerza y la dulzura. Creo que es su sello.

Después, por tientos y tangos, en los que hubo un recuerdo para esa mujer excepcional que fue la Niña de los Peines. Bailó distinto a antes, pero siempre con ese sentido dramático y esa rara conjunción. Ahora añadió, cuando entraron en los tangos, ese humor y esa picardía inigualables, un puro goce para todos los privilegiados que estábamos allí. 



Y para culminar, sorpresa por bulerías: llamó al escenario a tres alumnas suyas, japonesas. Y a dos sobrinos. Ellos se sumaron con las palmas y con un cante, y cada una de ellas se marcó un baile, con la batuta cantaora de José (mucho Jerez ahí, y un recuerdo a otra grande, su tía, la Paquera). Y muy, muy bien. Cada una, además, con un estilo distinto, con sus propias maneras. También Carmen bailó. ¡Qué alegría, qué buen humor, qué delicia, qué energía tan buena nos llevamos!
El baile de Carmen es una síntesis entre la poética elegancia de Matilde Coral y la rabia de Trini España (esto último lo dijo ella; yo, ignorante de baile, me había acordado de la gran Manuela Carrasco). Dos palabras quiero resaltar. La primera, que es real. Ella estaba allí, con su arte, de verdad. Baila natural, baila como ella es. Y esto es impagable. La segunda, que es bellísima. Una belleza integral, absoluta, que transmite desde el alma con todo el cuerpo. Un cuerpo que contradice los superficiales cánones de lo atlético, lo plano, lo joven, lo aéreo. Habla flamenco y el flamenco se expresa, con todo su dolor y turbación, con toda su alegría y jocosidad, a través de su cuerpo. De nuevo, una experiencia inolvidable gracias a una de las más grandes, no solo de hoy, sino de siempre, porque Carmen construye y proyecta, desde la tierra, alas para la emoción y para la memoria.

Esto es lo que vimos, asombrados. 





Después vino la entrevista. Tuvimos que alterar el orden porque José tenía un compromiso por el que debía marcharse antes de la finalización de la actividad. La realizó nuestra admirada amiga la periodista y estudiosa del papel de las mujeres en el flamenco (y en el cine, y en la literatura,…) Ángeles Cruzado. Después de esa actuación, sinceramente, yo temía que el contraste con la entrevista fuera demasiado extremo. No fue así, porque la entrevista fue genial. En ella, Carmen evocó el apoyo de su madre en sus comienzos, la casa de vecinos donde vivió (¡qué semillero de flamenco fueron los patios de vecinos!), las viejas cigarreras que conoció allí, los tablaos y otros escenarios, el papel de las mujeres en el flamenco y los cambios que ha vivido en esto,… No lo resumiré, claro, pero sí quiero resaltar un par de cosas. Primero, cómo reconocía la importancia de lo que le han aportado otros artistas: desde Pepe Ríos con la enseñanza, hasta compañeros como Trini España, Concha Vargas, Mario Maya, Antonio Gades, Curro Vélez, incluso en el cante, como Antonio Mairena, Fernanda y Bernarda de Utrera, o Inés Bacán. Palabras especiales tuvo para Pedro Bacán (que no solo fue un grandísimo artista, sino una persona de una bondad inagotable). Demostró una humildad excepcional. La humildad es, precisamente, un valor que tenemos en la Peña como referencia incontestable, porque es la base para el crecimiento. Y porque significa reconocimiento hacia los demás. Y eso es básico en el flamenco. Otra cosa de Carmen, y que también coincide con nuestros principios: el cariño hacia lo que haces. Si amas lo que haces, lo vas a hacer mejor y con más felicidad, y eso también es básico en el flamenco: echarle a las cosas su tiempo, y ponerles algo de ti mismo. Otra más: sí a la técnica, pero acompañada por la trascendencia, la raíz, y sabiendo escuchar el cante. De hecho, por ejemplo, a sus alumnas extranjeras les exige saber español en nuestra modalidad andaluza, porque considera, con toda la razón, que no se puede bailar bien sin saber escuchar y entender el cante. Más sobre su alumnado: dice Carmen que “tú eres su madre en esos momentos”. Pues eso, ni más ni menos.
Carmen Ledesma y Ángeles Cruzado


Foto de LebrijaFlamenca.com (Araceli Pardal)



Después vino la fiestecita en la Peña, a la que nos acompañaron Carmen y Antonio. Por allí estaba parte del maravilloso sector lebrijano: Inés Bacán, su hermano Juan, Araceli Pardal (ya guardada su oportunísima, estética y sabia cámara de fotos), Pedro Carrasco. También, por fin, el sector utrerano, al menos parte de él: otra alegría. Por supuesto, el también imprescindible sector alcalereño. Y el de la propia Pablo de Olavide, del Instituto de la Grasa, y gente que yo no conocía, lo que siempre me alegra porque la gente es bienvenida. También un grupo de japonesas, incluidas nuestras bailaoras; y familiares de Carmen, y hasta de servidor. Ole. El rato, de cháchara animada, acompañada de las viandas que trajo la gente. Con alegría y conversaciones mil. Eso sí: empecé cien conversaciones y no terminé ninguna. Entre otros temas: la necesidad de que accedan más gitanos a la Universidad (hablé con un nuevo alumno gitano de la Olavide, ¡ole por él y por sus padres!), cosas de investigación, la feria de Utrera, el espejo que por fin tiene la sala de las clases de baile, las próximas actividades de la Peña, la mili en Ceuta de Manolo, lo rica que estaba esa tortilla o ese bizcocho, proyectos de la gente, el futuro homenaje a Pedro Bacán, el que le hicieron hace poco a nuestro querido Curro Fernández,… Con mucha gente apenas pude cruzar palabra, y bien que hubiera querido. ¡No se puede estar en todo!

Cuando quedábamos los últimos, cogió Antonio Moya su guitarra, y nuestro amigo Manuel Requelo se lanzó a cantar. Vaya dos flamencos de postín. Requelo, con la voz mejor que antes, porque ha dejado de fumar, y la flamencura de siempre. Antonio, un maestro, sobrado de compás, de ecos, de sabiduría y de sentido, como unas horas antes en el escenario. El colofón fue inmejorable. Por allí andaba Mercedes, la mujer de Requelo, elegantísima. Y Dani, Maribel, Isa, Juan, Beatriz,… un grupillo de irreductibles apasionados. 
Inés Bacán, Fernando C. Ruiz y Carmen Ledesma




Gracias muy especiales a Manuel García Burgos, que fue a comprar las cosas para la fiesta por dos veces, y montó el local; por él fue posible. A José Manuel, siempre atento a toda la infraestructura, tanto en la actividad como en la fiesta posterior. También desde la sombra, imprescindible. A Ángeles Cruzado, por su excepcional participación. Por cierto, otra alegría y más crecimiento en calidad: esta ya es su peña. A Inés Bacán por la categoría y enjundia que dio a todo con su presencia. A Pedro Carrasco, que estuvo grabando la actuación y la entrevista para disfrute y aprendizaje de los muchísimos amigos de Lebrija Flamenca. A Kaveh y Sherman, que hicieron lo mismo para la Peña. A Yuko y las demás japonesas, que redoblan nuestras ilusiones. Por supuesto, a todas las personas que hicieron de la jornada algo grande. Y cómo no, al Vicerrectorado de Cultura de la Pablo de Olavide, a su Unidad de Cultura, al Instituto Andaluz del Flamenco, al Consejo Social de nuestra Universidad, y al Centro Andaluz de Biología del Desarrollo (CABD), cuyo salón de actos nos tiene enamorados porque es ideal para el flamenco: cabe gente y se está en familia a la vez, y permite además que no tengan que usarse micros. También agradecer la simpatía, colaboración y competencia de la conserje. Y absolutamente a toda la gente que estuvo y que le dio su fundamento a todo. Es que así, da gusto.
Y, ante todo, a Carmen Ledesma, que lo culminó como se merecía. Sin olvidar a quienes la han precedido para hacerlo todo inolvidable: Carmen Linares e Inés Bacán. También a quienes las acompañaron con tanto arte: Antonio Moya y José Méndez; Eduardo Pacheco; y Pedro María Peña. Y a quienes, con no menos arte, las supieron entrevistar; que también es un arte, y nada fácil: Ángeles Cruzado, Rafael Cáceres, y Bea Macías.
El Ciclo “Mujeres transmisoras de Flamenco” de este curso terminó (esta peña adapta su programación flamenca a la duración del curso académico). Pero quedan más cosas y sorpresas. En cuanto a la idea del Ciclo, creo que no será su fin. Por lo que estamos viendo, merece tener continuidad en ediciones posteriores.

Fernando C. Ruiz Morales
Presidente
José Manuel Mibri
Secretario

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