El Pasado 17 de mayo poníamos el broche de oro al IV Ciclo "Las mujeres como transmisoras del flamenco" con la presencia de la gran cantaora lebrijana Anabel Valencia. Fue en el salón de actos del CABD.
Presentó el acto el vicepresidente de la Peña, Rafael Cáceres. Me pedí realizar la entrevista a Anabel o, como preferimos, tener la conversación con ella. Durante la misma, tuve un olvido imperdonable que quiero subsanar aquí: cité a gente de Lebrija a quien he tenido la suerte de conocer, todas personas excepcionales y muy queridas por mí: la cantaora Inés Bacán, Pedro María Peña, la bailaora Concha Vargas, Isabel Carrasco (hermana de Curro Malena), el gran cantaor aficionado Curro Vargas, la periodista Araceli Pardal… ¡Pero olvidé citar a Pepa Vargas! La mujer del gran Curro Fernández, madre nada más y nada menos que de Esperanza, Paco y Joselito Fernández, con quienes formó La Familia Fernández. Omisión imperdonable.
No voy a reproducir lo que dijo Anabel, que queda para quienes tuvimos el privilegio de estar allí. Con gran simpatía, naturalidad, y ese hablar tan dulce de Lebrija, nos contó sobre su familia, su trayectoria, sus gustos artísticos, las casas cantaoras de allí… Entre otras muchas cosas, quiero resaltar dos: su defensa de la territorialidad del flamenco, que para ella es una obviedad (lo comparto), por muy universal y globalizado que sea hoy; y cómo, en contraste con las mujeres de generaciones mayores, ella tuvo siempre el apoyo de sus padres y demás familia, y también de su marido, para convertirse en artista.
En su discurso, amor hacia el flamenco y optimismo, mostrando una trayectoria de búsqueda de su verdad. No en vano, al principio triunfó haciendo una música distinta al flamenco pero abandonó ese camino, que hubiera sido más fácil, para tomar el suyo, el del flamenco, el que de verdad la llenaba, el que respondía a cómo se siente y a cómo es ella. Eso se llama coherencia.
En la actuación le acompañó a la guitarra Curro Vargas, hijo de la gran Concha, sobrino de Pepa. Hicieron tientos (con la guitarra en tono de rondeña), malagueñas, tangos y bulerías. Todo ello sin concesiones, con largueza, recreándose, con gusto. La voz de Anabel pellizca. Tiene quejío, transmite, es (en los tientos y las malagueñas) puro llanto flamenco. Riquísima de matices, con un mecido especial en los tangos, con gran diversidad de registros, con una delicadeza de fondo que embriaga. En las bulerías, entre las que no faltaron los cuplés, hay una gracia y una alegría que conmueven. Y siempre, con un sosiego que otorga jondura, y una vocalización clara que es difícil cuando los cantes se dicen con tanta fuerza del corazón como hace ella.
La guitarra de Curro hizo diálogos prodigiosos con Anabel. Con falsetas impecables, compás preciso, y con una limpia dulzura, el acompañamiento estuvo al mismo gran nivel que el cante, llegando a ser, por momentos, hipnotizante.
Fue el broche de oro ideal para el IV Ciclo "Las mujeres como transmisoras del flamenco", que, en lo artístico, se abrió con el baile de Luisa Palicio, siguió con la veterana María Vargas, y cerró la aún joven, pero ya sabia, Anabel Valencia. El panorama ofrecido ha sido diverso y, desde luego, muy significativo.
Después vino el ratito ya clásico, con las cositas buenas para picar que trae alguna gente (¡ole!). Como siempre, la compañía fue de lo más agradable. Además de la querida gente de la Peña, estaban por allí Araceli Pardal (muy recomendable su web www.lebrijaflamenca.com), con quien tuve el placer de discutir sobre el ninguneo de los gitanos en el flamenco que estamos sufriendo hoy. Otra discusión, igualmente placentera: con nuestro amigo Rafael sobre el videoclip del Festival de Madrid.
Los artistas nos acompañaron, departiendo con todo el mundo. Si escuchar cantar a Anabel es una delicia, también lo es hablar con ella. Y con Curro Vargas, que acababa de llegar de actuar en el mencionado festival madrileño; Curro es una persona llena de bondad con la que da gusto tratar, aparte de un gran artista. Y con Luis, primo de Anabel, que había subido al escenario para jalear los tangos y las bulerías. Y con Marcos (que había hecho lo mismo), el marido de Anabel.
Por cierto, ¡vaya lección de pedagogía la de los gitanos viejos! Me contaba Marcos, ilustrándolo, sobre su padre y sobre su suegro, y la crianza de los niños bajo el principio del respeto a los mayores. Una lección que habría que aprender, que con tanto pedagogismo andan los chavales de hoy desorientados. Fue otro de los placeres de la jornada. Como lo fue hablar con Ramón Amaya, otro gitano lebrijano, nieto de Antonia Pozo, y con su señora, María. Ramón habla reposado, sin estridencias, con sabiduría, y es un gran fotógrafo (véase por ejemplo su Facebook, donde por cierto ha puesto varias de las fotos que hizo). Y por supuesto con Ángeles, Rafa, Paco, Isa, Juan, Antonio…
Esta vez nadie sacó la guitarra ni se lanzó nadie a cantar. Pero no importaba. Es que no hubo espacio para ello, nos cogió con ganas de cháchara.
Esta vez nadie sacó la guitarra ni se lanzó nadie a cantar. Pero no importaba. Es que no hubo espacio para ello, nos cogió con ganas de cháchara.
La próxima, la fiesta de despedida del curso.
Fernando Carlos Ruiz Morales
Presidente de la Peña
No hay comentarios:
Publicar un comentario