Suele ocurrir que
lo que mal empieza, mal acaba. Y esto empezó mal: los artistas que
iban a actuar por parte de la Peña, salvo la bailaora, no pudieron
hacerlo, por diversas circunstancias, y faltaban dos días para
presentarnos allí. Teníamos el compromiso de una actuación
organizada por la Peña en Capitanía. No podíamos fallar, por el
buen nombre de la Peña: ni en Capitanía, ni en el más humilde colegio,
ni donde fuera. Los compromisos hay que cumplirlos y, además, en
nuestro caso, tiene que ser con un sello especial que convierta el
acto que sea en memorable; y sé que abuso de esta palabra,
pero quiero que la sigamos llevando por bandera en cada evento que
organizamos o en el que nos implicamos.
Corriendo, y
gracias a las gestiones de Kaveh Nassehi (este gran guitarrista era
una de las ausencias involuntarias), pudimos recomponer el cuadro,
nunca mejor dicho. Al final, casi de un día para otro, pudimos
contar con al guitarrista Alberto López y el cantaor Juan Villar
hijo, que acompañarían a la bailaora Carmen Young.
Este acto nos fue
solicitado por el Vicerrectorado de Relaciones Institucionales de la
Universidad Pablo de Olavide, como parte de la colaboración cultural
que este Vicerrectorado mantiene con la Cátedra del General
Castaños, con sede en Capitanía. Como el nombre y el lugar indican,
estamos en territorio militar. Servidor ni siquiera hizo la mili en
su día, así que reconozco que iba con cierta reticencia. Bueno,
reticencia relativa: tuve un abuelo militar al que no conoció ni mi
padre, pues falleció cuando él tenía solo dos o tres años, allá
por 1934. Y, sobre todo, conozco a un par de militares, que considero
amigos, y que son para quitarse el sombrero. Además, miro a las
personas como personas y no como gente que juega un rol. Una cosa,
por cierto, muy de la cultura andaluza. Así que, lo dicho:
reticencias relativas, que fueron más relativas aún cuando tuve el
gusto de conocer al primer anfitrión, el Coronel Galián, Secretario
de la mencionada Cátedra, exquisito en el trato, afable, entregado
al tema que allí me condujo, cordialísimo.
Pero vamos al
grano. El precioso salón estaba lleno a rebosar, y eso que el día
no acompañaba. El acto, que presentó el Coronel Galián, se abrió
con una pequeña charla de servidor, bajo el tema “El Flamenco, más
vivo que nunca”. Téngase en cuenta que somos una Peña vinculada a
la Universidad, y es importante que ese sello lo llevemos siempre.
Expuse a los presentes cómo el flamenco, desde sus inicios, ha
estado sometido a augurios sobre su próxima desaparición, a
manipulaciones ideológicas desde la época romántica hasta la
actualidad, incluso a ataques directos, y siempre ha mostrado una
enorme capacidad de resiliencia. Por tanto, y de eso se trataba en lo
artístico de lo que íbamos a ser testigos, queríamos celebrar esa
capacidad, que hace que el flamenco, pese a todo, esté vivo y bien
vivo. Mi sensación es que la exposición realizada interesó mucho
al público asistente.
Luego vino lo
bueno. Abrió Alberto López con un solo de guitarra por tarantas,
que ya preparó al auditorio para la magia, envolviendo la sala de un
misterio sobrecogedor, de cadencias que emergían de las entrañas de
la tierra, y en las que la propia sala parecía participar. Hizo
después Juan Villar una toná que enlazó con seguiriyas, para el
baile de Carmen Young. Riqueza cautivadora. Sorpresa mayúscula, para
un auditorio que sabía, por la presentación, que Carmen es
mexicana. Porque será de donde sea, pero es flamenca sin cortapisas.
Y, sí, con técnica, pero baila natural. El público así lo captó.
A continuación, Juan hizo unos tientos, que remató por tangos.
Sabrosos, sentidos, salerosos, con una voz curtida y sentida de
verdad. Volvió Carmen a escena para bailar por alegrías, con bata
de cola, con la que trazó dibujos de hermosura y precisión
inusitadas. Si antes cautivó, ahora el bellísimo teatro era el
cielo. Terminaron por bulerías, en las que el saber de Juan y la
gracia de los tres, para despedirse, pusieron la guinda a una velada
inolvidable.
En definitiva:
Carmen nos regaló en su baile estampas sublimes y elegantes, una
combinación de delicadeza y de fuerza, unos juegos de pies como
pocos. Mexicana de Triana. Juan, clásico, enjundioso, con dominio
preciso del compás y de la escena toda. Y Alberto, sencillamente,
fue un prodigio de musicalidad.
Terminada la
actuación, los responsables de la Cátedra del General Castaño nos
hicieron entrega de un regalo como recuerdo. Y desde luego, lo vamos
a recordar. Tuve la suerte de hablar con muchos de los asistentes, y
todas las voces eran de admiración sincera ante el derroche de arte
flamenco que acababan de vivir. Me consta que hay algún asistente
llegado solo por curiosidad, sin una inclinación señalada hacia el
flamenco, pero que desde ese día le va a prestar una atención
especial. Eso, a mí, me llena de satisfacción y de emoción.
Quiero agradecer
la presencia de varios socios y socias de la Peña. También las gestiones
de Kaveh, pues gracias a él esto sucedió, dejando bien alto el
nombre de la Peña. Igualmente, la preciosa amabilidad de los
responsables de la Cátedra, que supieron hacer, con elegancia y con
calor, que tanto los artistas como servidor nos sintiéramos a gusto,
lo que constituye desde luego todo un arte. Ole por ellos.
Pude ver,
además, cómo esta institución es realmente un referente en la vida
cultural sevillana. Así que, de corazón, los quiero felicitar desde
aquí. Como a la Vicerrectora de Relaciones Institucionales, Pilar
Rodríguez, responsable también de que estuviéramos allí, pues fue
quien nos hizo la propuesta. Y cómo no: agradecimientos y
felicitaciones a Carmen, Juan y Alberto, porque han sembrado, y vaya.
Fui testigo de ello y lo vi también en el público que asistió, un
público que estuvo de diez, en calidad y en cantidad.
Esta vez no se
cumplió el dicho. Porque la cosa empezó mal, al tener que cambiar
artistas y programa con mucha premura, pero terminó de tal forma
que, en realidad, no terminó, porque abrió puertas, afectos,
caminos, expectativas. Lo digo otra vez: en todos los sentidos,
memorable.
Fernando C. Ruiz Morales
Presidente de la Peña
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