Llegan los artistas, una hora antes del inicio de la sesión, para probar sonido y demás. Presentan el documental El sentir desde afuera, dirigido por Konstantina Bousmpoura. Konstantina, que además es antropóloga, ha venido. También Antonio Rodrigo, director de fotografía, que hizo el montaje. Ese documental viene con el aval del primer premio en el Certamen de Creación de Sevilla en 2009, con el premio al mejor documental del III Festival Internacional de Cortos del Aljarafe, y algún galardón más.
Estoy yo solo para recibirlos. Sorpresa: vienen con una energía que no es normal. Y con guitarras y cajón. Aunque el plan “oficial”, al menos así entendí, era el documental, y luego el coloquio. Son ocho o nueve personas. Les digo que una actividad en la que hay un documental y se habla no es plato del gusto de los aficionados al flamenco. Que habrá poca gente. Les da igual el número de personas, y siguen derrochando energía. Se acomodan, prueban imagen y sonido, se hacen con el espacio, y se van a tomar un café. Me quedo solo en el local. Falta media hora. Pasan los minutos. Me empiezo a agobiar. No hay nadie.
Un documental y un coloquio no son cosas que suelan atraer al público: la actividad no es un espectáculo propiamente. Encima, para colmo, sus protagonistas no son artistas “famosos”, al menos aquí. Peor aún: más de la mitad son extranjeros, es decir, impostores, en el imaginario nacional-españolista que sigue funcionando. A las 18:40 sigue sin llegar nadie, ¡ha sido un error programar esta actividad! Ellos continuaban con su café; y yo, allí solo, compungido.
Cuando por fin veo a Manolo García, se me abre el cielo. Luego empieza a llegar alguna gente más, toda ella conocida. A las 19:10 estamos doce o quince “espectadores”. Pido disculpas a los artistas por la escasa presencia de público. Ellos le quitan toda carga negativa a eso, pues les parecen más importantes otras cuestiones.
Y empieza la cosa. El documental nos muestra el flamenco callejero que decidió hacer, hace 10 años, un grupo de locos en busca de un espacio alternativo en el que mostrar su arte, en plena zona de la catedral de Sevilla: la bailaora italiana Danila Scarlino, la bailaora taiwanesa Tsing-Ling (Ana), el guitarrista catalán Sergi Gómez, el guitarrista bretón Steven Fougères, la cantaora andaluza Laura Madero, el cantaor andaluz Juan Antonio Sodi, el cantaor israelí Yehuda Schveiky (Shuki), y el percusionista andaluz Nacho Romero. Salvo Ana, que no ha venido por estar preparando su próxima intervención en el Festival de Jerez, todos los demás estaban con nosotros. El documental es precioso y estimulante, y plantea cuestiones de enorme interés: desde la pasión e implicación en el flamenco de gente extranjera, hasta la reivindicación del espacio público, como lugar que debe ser apropiado por la gente.
Tras ello, el coloquio, en un ambiente distendido, cara a cara. Salen cuestiones como las trayectorias que los componentes del grupo han tenido desde 2008. La mayoría no residen ya en Sevilla. Cuentan cómo les llegó el flamenco y la afición, los pasos que dieron, cómo idearon ese “tablao en la calle”, las reacciones de la gente… Se discute cómo aquí el flamenco en la calle se identifica con “pedir”, se habla sobre lo callejero como escuela de flamenco y sobre cómo en Buenos Aires, por ejemplo, se baila tango en la calle y no se estigmatiza; se habla también sobre la actual persecución de la vida en la vía pública por parte de las autoridades, sobre la afición al flamenco fuera de España…
El coloquio merecía seguir, pero venían dispuestos a actuar. Así que se marcaron unos fandangos, una ronda de tangos, y otra de soleá y bulerías. A gusto, con un entendimiento excelente entre ellos (aunque hacía 10 años que no se veían todos). Con goce. Un goce que supieron transmitir a la audiencia. Con poderío. Danila baila con temperamento y sabe comunicar su pasión. Si me dicen que esa bailaora es de Cádiz, me lo creo. Entre las voces, excelentes las tres, me sorprendió de forma muy especial Shuki (“el mejor cantaor de Israel”, como dijo él con gracia), con una voz y unas formas de cantar de una flamenquería como pocas. Las guitarras, igualmente excelentes, como el cajón de Nacho. Están sobrados de compás, de sentido, de gracia, y nos llegaron; vaya si nos llegaron. Disfrutamos como locos. Lo que no pudo ser en la actividad anterior con La Susi, lo fue en esta pero con creces. Ni lo imaginaba, sinceramente. Grandioso.
Luego vino el ratito de cháchara, aunque con el inconveniente de que el grupo, que se encontraba después de 10 años y que el domingo se volvía a separar, tenía concertada una cena, y solo nos acompañaron unos minutos antes de irse corriendo… y tarde. ¡Ole! Estuvimos conversando sobre lo que acababa de ocurrir. Los detallazos de algunos socios nos permitieron que el rato fuera aún mejor, pues hubo condumio gracias a ellos. La conversación con los dos Paco, los dos Manolo, las dos Ángeles, Curro, Emilio y la demás gente fue, como siempre, una delicia. Y sirve para pensar.
Coincidimos todos en que la pasión, la grandísima simpatía de Konstantina, Danila, Juan, Sergi y los demás, la honda complicidad que mostraron, el arte que derramaron, fue un chute de energía positiva impresionante. Yo ya no me acordaba del mal rato, al principio, cuando no venía nadie. Ni de que fuimos muy pocos los privilegiados allí presentes. Me daba ya igual. Como les había dado igual a ellos.
Pero quiero aprovechar esa energía para decir algo sobre la cuestión de la baja asistencia de gente, que no es rara cuando la actividad no es de relumbrón, a pesar de que suele tener un interés mayor, como en este caso y en otros. Lo primero que me viene a la cabeza son ciertos tópicos. Que sí: que estamos donde Cristo dio las tres voces, que un viernes por la tarde es problemático, que ha fallado la publicidad… Sin negar una parte de verdad en todo esto, hay algo más: la diversión banal, la imposición de estéticas y modos superficiales, la huida de lo que no sea trivial. Y un enorme desconocimiento del flamenco, claro. Sin embargo, este es el camino, insistir e insistir, con el coraje y el dolor de que esto no llegue a más gente, pero saber que hay más cosas, como esta; que existen, que existen, aunque no se quieran ver. La felicidad de la vaca es tentadora, pero en el campo, que es ancho, hay mucho más que pesebres estabulados para hartarse de comer. Lo pudimos volver a comprobar.
Más: hay que cuestionar la correspondencia que se hace entre “éxito” y número de asistentes. ¡Es mejor pocos y que no sean pasivos, sino que haya interacción y huella en todos los que están! No somos supermercados ni bancos ni partidos políticos en busca de clientes o de votos. No somos eso, ni la realidad se reduce a cantidades medibles, por más que nos quieran contar que se reduce a eso. Además, si las cosas se hacen bien, o sea, con entusiasmo y con verdad y con la gente que vale, no con cálculos tristes, las cosas trascienden; no al modo moda, sino poco a poco, sin estridencias, con la sutileza de aquel perfume que terminamos incorporando a nuestra memoria. Lo que no se puede medir con cifras, sino con significados que se comparten desde el pequeño grupo de gente que vive este tipo de actos.
Otro tema al que me lleva esta actividad: el flamenco es universal, pero porque es andaluz. Que una italiana, un bretón, un catalán, un israelí, una griega, sean flamencos, es porque se han inyectado la cultura flamenca, cuyas claves son todas andaluzas. Y la integran, la incorporan, desde sus propias biografías, claro. ¡Pero es que, además, aportan! Esto no es cerrado, no hay que poner vallas al campo, que es muy grande. Son gente valiente que escucha su pasión. Y lo andaluz, de lo que ellos participan, es impuro, o no es nada.
Hay que saber y esgrimir esa impureza, si queremos que el flamenco no se disuelva entre las modas adocenadas, banales, estabuladas. Es universal porque es andaluz. El flamenco lleva dos siglos abriendo puertas, y por eso es. Ni siquiera habría nacido, de hecho, si las puertas hubieran estado cerradas. Bien lo saben el bretón, la italiana, el catalán, el israelí, la griega, la taiwanesa… Si no abrimos las puertas, estamos perdidos. Pero abrir las puertas no es disolverse, sino reforzarse y crecer. Y no por ello deja de ser un componente especial de la cultura andaluza. Al contrario. Lo más impresionante es que esto lo saben los de afuera, y aportan. En tanto, nuestros hijos andaluces conocen mejor a Michael Jackson que a Paco Toronjo, como dijo el otro día el gran cantaor Arcángel. Otro de los temas de esta sesión inolvidable.
En suma: hubo el pasado día 23 de febrero un acto flamenco de goce, de comunicación, de aprendizaje, de fascinación, de resistencia, en la Peña Flamenca de la Universidad Pablo de Olavide. Ha sido otro hito en el transcurrir de la Peña. Gracias de corazón, porque además sois generosos, a Konstantina, Danila, Sergi, Shuki, Juan, Nacho, Laura, Steven, Juan, Antonio. Y a la gente que asistió. Y al sociólogo Curro Aix, primer “culpable” de esto, pues fue quien propuso la actividad y nos puso en contacto con los artistas.
Fernando C. Ruiz Morales
Presidente de la Peña
No hay comentarios:
Publicar un comentario