Era
la despedida “oficial” del Ciclo sobre las mujeres en el flamenco. Digo
“oficial” porque habrá más eventos, este curso.
Era
también la primera vez que venía, en este Ciclo, una bailaora. Cuando hablamos
para esto con una artista, hemos buscado siempre que fuera no solo excepcional
artísticamente, sino además del máximo interés por su experiencia, vivencias,
personalidad, significación,… Está feo decirlo, pero vaya tino que tenemos.
Carmen Ledesma, nada menos.
Con
ella, José Méndez al cante, y nuestro queridísimo Antonio Moya a la guitarra.
Empezaron ambos por alegrías, con lo que no solo prepararon excelentemente el
terreno, sino que además hicieron descubrir a más de uno la voz flamenquísima y
bien templada del jerezano, que remató con poderío y garra. De compás, además,
toda una lección de ambos.
Carmen Ledesma, José Méndez y Antonio Moya |
Luego
llegó ella. Por soleares jondas, jondísimas, que remató por bulerías. Nada más
alzar los brazos desde su silla, despacio, con garbo, diciendo verdad, empezó
el misterio. La expresión facial, la estampa, el compás. Carmen hizo una cosa
muy difícil, que pocas veces se ve, salvo en ella: la unión del temperamento y
la gracia, de la fuerza y la dulzura. Creo que es su sello.
Después,
por tientos y tangos, en los que hubo un recuerdo para esa mujer excepcional
que fue la Niña de los Peines. Bailó distinto a antes, pero siempre con ese
sentido dramático y esa rara conjunción. Ahora añadió, cuando entraron en los
tangos, ese humor y esa picardía inigualables, un puro goce para todos los
privilegiados que estábamos allí.
Y
para culminar, sorpresa por bulerías: llamó al escenario a tres alumnas suyas,
japonesas. Y a dos sobrinos. Ellos se sumaron con las palmas y con un cante, y cada
una de ellas se marcó un baile, con la batuta cantaora de José (mucho Jerez
ahí, y un recuerdo a otra grande, su tía, la Paquera). Y muy, muy bien. Cada
una, además, con un estilo distinto, con sus propias maneras. También Carmen
bailó. ¡Qué alegría, qué buen humor, qué delicia, qué energía tan buena nos
llevamos!
El
baile de Carmen es una síntesis entre la poética elegancia de Matilde Coral y
la rabia de Trini España (esto último lo dijo ella; yo, ignorante de baile, me
había acordado de la gran Manuela Carrasco). Dos palabras quiero resaltar. La
primera, que es real. Ella estaba allí, con su arte, de verdad. Baila natural,
baila como ella es. Y esto es impagable. La segunda, que es bellísima. Una
belleza integral, absoluta, que transmite desde el alma con todo el cuerpo. Un
cuerpo que contradice los superficiales cánones de lo atlético, lo plano, lo
joven, lo aéreo. Habla flamenco y el flamenco se expresa, con todo su dolor y turbación,
con toda su alegría y jocosidad, a través de su cuerpo. De nuevo, una experiencia
inolvidable gracias a una de las más grandes, no solo de hoy, sino de siempre,
porque Carmen construye y proyecta, desde la tierra, alas para la emoción y
para la memoria.
Esto
es lo que vimos, asombrados.
Después
vino la entrevista. Tuvimos que alterar el orden porque José tenía un
compromiso por el que debía marcharse antes de la finalización de la actividad.
La realizó nuestra admirada amiga la periodista y estudiosa del papel de las
mujeres en el flamenco (y en el cine, y en la literatura,…) Ángeles Cruzado. Después
de esa actuación, sinceramente, yo temía que el contraste con la entrevista
fuera demasiado extremo. No fue así, porque la entrevista fue genial. En ella,
Carmen evocó el apoyo de su madre en sus comienzos, la casa de vecinos donde
vivió (¡qué semillero de flamenco fueron los patios de vecinos!), las viejas
cigarreras que conoció allí, los tablaos y otros escenarios, el papel de las
mujeres en el flamenco y los cambios que ha vivido en esto,… No lo resumiré,
claro, pero sí quiero resaltar un par de cosas. Primero, cómo reconocía la
importancia de lo que le han aportado otros artistas: desde Pepe Ríos con la
enseñanza, hasta compañeros como Trini España, Concha Vargas, Mario Maya,
Antonio Gades, Curro Vélez, incluso en el cante, como Antonio Mairena, Fernanda
y Bernarda de Utrera, o Inés Bacán. Palabras especiales tuvo para Pedro Bacán
(que no solo fue un grandísimo artista, sino una persona de una bondad
inagotable). Demostró una humildad excepcional. La humildad es, precisamente,
un valor que tenemos en la Peña como referencia incontestable, porque es la
base para el crecimiento. Y porque significa reconocimiento hacia los demás. Y
eso es básico en el flamenco. Otra cosa de Carmen, y que también coincide con
nuestros principios: el cariño hacia lo que haces. Si amas lo que haces, lo vas
a hacer mejor y con más felicidad, y eso también es básico en el flamenco:
echarle a las cosas su tiempo, y ponerles algo de ti mismo. Otra más: sí a la
técnica, pero acompañada por la trascendencia, la raíz, y sabiendo escuchar el
cante. De hecho, por ejemplo, a sus alumnas extranjeras les exige saber español
en nuestra modalidad andaluza, porque considera, con toda la razón, que no se
puede bailar bien sin saber escuchar y entender el cante. Más sobre su alumnado:
dice Carmen que “tú eres su madre en esos momentos”. Pues eso, ni más ni menos.
Carmen Ledesma y Ángeles Cruzado |
Foto de LebrijaFlamenca.com (Araceli Pardal) |
Después
vino la fiestecita en la Peña, a la que nos acompañaron Carmen y Antonio. Por
allí estaba parte del maravilloso sector lebrijano: Inés Bacán, su hermano
Juan, Araceli Pardal (ya guardada su oportunísima, estética y sabia cámara de
fotos), Pedro Carrasco. También, por fin, el sector utrerano, al menos parte de
él: otra alegría. Por supuesto, el también imprescindible sector alcalereño. Y el
de la propia Pablo de Olavide, del Instituto de la Grasa, y gente que yo no
conocía, lo que siempre me alegra porque la gente es bienvenida. También un
grupo de japonesas, incluidas nuestras bailaoras; y familiares de Carmen, y
hasta de servidor. Ole. El rato, de cháchara animada, acompañada de las viandas
que trajo la gente. Con alegría y conversaciones mil. Eso sí: empecé cien
conversaciones y no terminé ninguna. Entre otros temas: la necesidad de que
accedan más gitanos a la Universidad (hablé con un nuevo alumno gitano de la Olavide,
¡ole por él y por sus padres!), cosas de investigación, la feria de Utrera, el
espejo que por fin tiene la sala de las clases de baile, las próximas
actividades de la Peña, la mili en Ceuta de Manolo, lo rica que estaba esa
tortilla o ese bizcocho, proyectos de la gente, el futuro homenaje a Pedro
Bacán, el que le hicieron hace poco a nuestro querido Curro Fernández,… Con
mucha gente apenas pude cruzar palabra, y bien que hubiera querido. ¡No se
puede estar en todo!
Cuando
quedábamos los últimos, cogió Antonio Moya su guitarra, y nuestro amigo Manuel
Requelo se lanzó a cantar. Vaya dos flamencos de postín. Requelo, con la voz
mejor que antes, porque ha dejado de fumar, y la flamencura de siempre.
Antonio, un maestro, sobrado de compás, de ecos, de sabiduría y de sentido,
como unas horas antes en el escenario. El colofón fue inmejorable. Por allí
andaba Mercedes, la mujer de Requelo, elegantísima. Y Dani, Maribel, Isa, Juan,
Beatriz,… un grupillo de irreductibles apasionados.
Inés Bacán, Fernando C. Ruiz y Carmen Ledesma |
Gracias
muy especiales a Manuel García Burgos, que fue a comprar las cosas para la
fiesta por dos veces, y montó el local; por él fue posible. A José Manuel,
siempre atento a toda la infraestructura, tanto en la actividad como en la
fiesta posterior. También desde la sombra, imprescindible. A Ángeles Cruzado,
por su excepcional participación. Por cierto, otra alegría y más crecimiento en
calidad: esta ya es su peña. A Inés Bacán por la categoría y enjundia que dio a
todo con su presencia. A Pedro Carrasco, que estuvo grabando la actuación y la
entrevista para disfrute y aprendizaje de los muchísimos amigos de Lebrija
Flamenca. A Kaveh y Sherman, que hicieron lo mismo para la Peña. A Yuko y las
demás japonesas, que redoblan nuestras ilusiones. Por supuesto, a todas las
personas que hicieron de la jornada algo grande. Y cómo no, al Vicerrectorado
de Cultura de la Pablo de Olavide, a su Unidad de Cultura, al Instituto Andaluz
del Flamenco, al Consejo Social de nuestra Universidad, y al Centro Andaluz de
Biología del Desarrollo (CABD), cuyo salón de actos nos tiene enamorados porque
es ideal para el flamenco: cabe gente y se está en familia a la vez, y permite
además que no tengan que usarse micros. También agradecer la simpatía,
colaboración y competencia de la conserje. Y absolutamente a toda la gente que
estuvo y que le dio su fundamento a todo. Es que así, da gusto.
Y,
ante todo, a Carmen Ledesma, que lo culminó como se merecía. Sin olvidar a
quienes la han precedido para hacerlo todo inolvidable: Carmen Linares e Inés
Bacán. También a quienes las acompañaron con tanto arte: Antonio Moya y José
Méndez; Eduardo Pacheco; y Pedro María Peña. Y a quienes, con no menos arte,
las supieron entrevistar; que también es un arte, y nada fácil: Ángeles
Cruzado, Rafael Cáceres, y Bea Macías.
El
Ciclo “Mujeres transmisoras de Flamenco” de este curso terminó (esta peña adapta su programación flamenca a
la duración del curso académico). Pero quedan más cosas y sorpresas. En
cuanto a la idea del Ciclo, creo que no será su fin. Por lo que estamos viendo,
merece tener continuidad en ediciones posteriores.
Fernando C. Ruiz Morales
Presidente
José Manuel Mibri
Secretario
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